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Es mucha la literatura científica que incide en la relación entre la depresión y determinadas sustancias químicas que nuestro organismo sintetiza a partir de la ingesta de alimentos.

Sin embargo, la relación directa no queda del todo establecida. Así, mientras que hay personas con déficit en ciertos neurotransmisores que padecen depresión se observa cómo otras, cuyos niveles son los adecuados, también la padecen.

Otra cuestión resulta de entablar la relación de causalidad necesaria para establecer un aserto rotundo: ¿nos faltan estas sustancias porque estamos deprimidos? o ¿estamos deprimidos porque nos faltan estas sustancias?

Los avances de la neurología, que son importantes en la última década, nos invitan a ser muy prudentes en este y otros sentidos. Es verdad que se han identificado ciertas hormonas y neurotransmisores cuya proporción varía en algunos enfermos depresivos. Sustancias fundamentales para el normal funcionamiento del sistema nervioso central cuyo déficit no augura nada bueno. Sin embargo, pretender hace frente a la depresión a base de dietas ricas en esta o aquella sustancia o solo confiando en psicotrópicos no deja de ser un reduccionismo.

El triptófano se ha convertido en la quintaesencia de la felicidad y se vende en comprimidos sin necesidad de receta porque no pasa de ser un alimento. Algunos dietistas establecen pautas alimentarias ricas en triptófano con la pretensión de llevarnos a una vida plena de felicidad. Otras sustancias como el cortisol se han convertido en los malos de esta película, sin que los estudios que relacionan su hipersecreción con la depresión permitan alcanzar conclusiones operativas, más allá de establecer que su exceso puede ser nocivo.

El reduccionismo científico (simplificación exagerada de hechos complejos) resulta muy peligroso. Pretender explicar la complejidad de la depresión basándonos solo en el exceso o la escasez de según qué neurotransmisor resulta una falacia cuyos resultados terapéuticos no auguran nada prometedor.

Vamos a reconocer la importancia que merecen estas sustancias, por su influencia en los complejos procesos cerebrales, sin cometer el error mayúsculo de atribuir a sus funciones la causa última de la depresión o, siquiera, el ser responsables del mantenimiento en el tiempo de estados depresivos que, con toda seguridad, merecen un análisis multivariante.

Triptófano y serotonina

La serotonina —5-hidroxitriptamina (5-HT)— ejerce una importante acción reguladora de los ciclos sueño-vigilia, también sobre la conducta, las emociones y el movimiento. Además, nos ayuda a apreciar el dolor, también el placer durante la actividad sexual y la sensación de hambre. Posee, además, funciones cardiacas y endocrinas. La serotonina es un neurotransmisor encuadrado dentro de las denominadas monoaminas, es decir, que se producen a partir de un solo aminoácido. En este caso el aminoácido precursor de la serotonina es el mencionado triptófano.

La serotonina está presente, como vemos, en no pocos procesos neuronales, de ahí la importancia de su estudio. Se la considera el «neurotransmisor de la felicidad» porque una reducción en sus niveles está asociada a la depresión. La serotonina es sintetizada, como decimos, por el propio organismo, empleando triptófano como base. Sin embargo, el triptófano no lo produce nuestro organismo, por lo que debemos adquirirlo ingiriendo alimentos que lo contengan. Por fortuna, son numerosos los alimentos que incluyen en su composición el triptófano, por lo que no suele ser necesaria la implementación de dietas en este sentido. Alimentos como el queso fresco, el salmón, los frutos secos, todos los lácteos, los huevos y muchos más contienen triptófano en cantidades suficientes para que una persona con una dieta normalizada no sufra déficit de este aminoácido y, por ende, pueda sintetizar serotonina suficiente como para normalizar sus funciones.

El exceso de serotonina también resulta perjudicial para el organismo, pudiendo llegar a producir convulsiones en los casos más graves. Estas convulsiones pueden estar producidas por la ingesta de algunos fármacos o la interacción de unas sustancias farmacológicas con otras, muchas veces debido a la falta de supervisión médica.

Podemos concluir que un nivel de serotonina adecuado resulta fundamental para el buen funcionamiento del cerebro y que aumentar la ingesta de triptófano, como precursor de la serotonina, no nos va a salvar la depresión. Solo en el caso de que sufriéramos déficit de serotonina sería conveniente actuar en este sentido.     

Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) son fármacos antidepresivos de uso común. Ayudan a aliviar los síntomas de la depresión, tanto la moderada como la grave, son relativamente seguros y, por lo general, ocasionan menos efectos secundarios que otros tipos de antidepresivos.

El cortisol

El cortisol —hidrocortisona— es una hormona esteroidea que produce el organismo a nivel suprarrenal. Entre otras funciones, es la responsable del metabolismo de los hidratos de carbono, las proteínas y las grasas. Mediante gluconeogénesis ayuda a incrementar los niveles de glucosa en sangre. El cortisol es liberado, por lo general, como respuesta al estrés y tiene una función adaptativa que predispone al organismo a responder a condiciones adversas de diferente naturaleza (síndrome de activación). Sin embargo, un exceso de estrés va a general niveles excesivos de cortisol, lo que puede dar lugar a patologías diversas, una de las cuales es la depresión.

Es la sustancia de moda y algunos autores hablan del cortisol como «el malo en la película de la depresión». No hay sustancias malas ni buenas, en este caso, y todas van a ser necesarias para la regulación de las funciones cerebrales. La cruzada contra el cortisol que han emprendido algunos no es más que un reduccionismo de tantos. Deberíamos, por supuesto que sí, emprender una cruzada contra el estrés como responsable de la hipersecreción de cortisol.

Es cierto que como parte del desequilibrio neuroquímico en algunas personas que padecen depresión se han observado niveles elevados de cortisol. Es un factor, por tanto, muy a tener en cuenta en el estudio de la química cerebral. De ahí a afirmar que se encuentra en la base de la depresión no hay más que una falacia de por medio.

Prevenir el estrés significa regular los niveles de esta hormona a la que «es mejor tener como amiga» y en su justa medida. También conviene llevar una dieta lejos de los alimentos ultraprocesados, el alcohol, los azúcares refinados, la cafeína y todas las sustancias perniciosas que conocemos. La relación entre un aumento dañino del cortisol y el colesterol es muy estrecha, por la que debemos eliminar las grasas saturadas de nuestra dieta (también por otros motivos, claro).

Coma y beba de forma saludable, procure evitar el estrés en lo posible y, con toda probabilidad, el cortisol será una hormona de la que no tendrá que preocuparse.     

 Adrenalina y noradrenalina

También llamadas epinefrina y norepinefrina, se trata de dos hormonas/neurotransmisores que se sintetizan a nivel de las glándulas suprarrenales y participan en numerosas funciones corporales y cerebrales. Junto a otras hormonas, son las responsables de regular los efectos en el cuerpo del estrés. Estas sustancias son contenidas en fármacos que actúan contra la depresión y otras enfermedades. Su déficit se ha observado en personas que padecen depresión.

Dopamina

Esta catecolamina ha sido adjetivada, desde hace décadas, como la «hormona del placer». Estudios más recientes (Mercè Correa y John D. Salamone) apuntan en el sentido de que «niveles bajos de dopamina se relacionan con la depresión» sobre la base de que esta hormona es una de la que nos incita a actuar, a movernos en busca de placer. Por el contrario, un aumento significativo en los niveles de dopamina se encuentra asociado a las adicciones de sustancias psicoactivas.

La dopamina es, principalmente, un neurotransmisor inhibitorio. Los estudios que relacionan drogas y dopamina son cada vez más contundentes. Su relación con la depresión, moderada o grave, lo es desde el punto en que su déficit potencia la «anergia»; es decir, la falta de energía que se manifiesta en buena parte de las depresiones.

GABA

El ácido gamma-aminobutírico (GABA) es el responsable de inhibir la actividad neuronal. Ante emociones como el miedo entra en acción, reduciendo la excitación de las neuronas y, de este modo, suavizando la emoción del miedo de manera que las sensaciones negativas se reduzcan. El déficit de esta sustancia puede acarrear consecuencias muy graves no solo en lo que se refiere a la depresión, sino también favoreciendo la aparición de otras enfermedades que pueden ser graves.

El GABA se ha mostrado muy eficaz a la hora de reducir los niveles de ansiedad. Un cerebro deficitario en esta sustancia está más expuesto a enfermedades mentales como el trastorno de ansiedad, la depresión y la esquizofrenia.  

Melatonia

Se trata de una hormona que interviene en la regulación del ciclo sueño-vigilia. También administrado como fármaco, suele estar indicado en alteraciones del sueño y otras afecciones. Su uso a corto plazo es seguro, aunque tiene secundarismos como mareos, nauseas, dolor de cabeza o insomnio que deben ser tenidos en cuenta.

Solo o en combinación con triptófano se ha convertido en un fármaco muy popular, por lo que se cree que puede estar sobre administrado y, en ocasiones, lejos del control médico.

Recuerde que una alimentación sana y una vida saludable deben dotarle de la cantidad de melatonina suficiente como para que sus ciclos de sueño-vigilia tengan lugar de forma natural y ordenada. En caso contrario, es muy posible que otros factores como el estrés los hayan alterado.    

Psicofármacos contra la depresión

Los principios activos de los fármacos que se administran contra la depresión se agrupan en varios grupos o familias farmacológicas. Las vemos: 

  • Además de los ya mencionados inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) se encuentran los Inhibidores de la recaptación de serotonina y norepinefrina (IRSN). Todos ellos siguen el mismo principio sobre las sustancias de las que deben inhibir la recaptación. El más popular de los ISRS es la fluoxetina.
  • Otro de los grandes grupos de antidepresivos los encontramos en los inhibidores de la monoaminoxidasa (IMAO) son fármacos que ha demostrado su eficacia en el alivio sintomático de la depresión. Su misión es evitar el deterioro de ciertas sustancias cerebrales, mejorando de este modo el estado anímico del paciente. Isocarboxazida, fenelzina, selegilina o tranilcipromina son algunos principios activos bajo los que se comercializa esta sustancia psicoactiva.
  • Los antidepresivos cíclicos se dividenen tricíclicos y tetracíclicos. Son fármacos muy dispensados contra la depresión con principios activos como: amitriptilina, amoxapina, desipramina, doxepina, imipramina, nortriptilina, protriptilina o trimipramina.
  • Los antidepresivos atípicos son aquellos que no se pueden encuadrar dentro de los grupos anteriores por contener principios activos que actúan de distinta forma. Entre los antidepresivos atípicos tenemos: bupropión, mirtazapina, nefazodona o trazodona. Todos ellos interactúan con los neurotransmisores que se encargan de la regulación de las funciones cerebrales.
  • Las benzodiacepinas son psicotrópicos sintéticos que suelen indicarse para abordar trastornos relacionados con la ansiedad, el estrés o el insomnio y suelen prescribirse, también, como relajantes musculares. Las benzodiacepinas se dividen en aquellas cuya acción es a corto plazo, a medio plazo y las retardadas. Entre los principios activos más prescritos se encuentran el loracepam y el diacepam. No se trata, como decimos, de antidepresivos en sentido estricto, si bien en muchas ocasiones se administran como coadyuvantes en combinación con antidepresivos como los mencionados en los puntos anteriores. Este es el motivo por el que las hemos incluido en este apartado.

En España, el uso de los fármacos antidepresivos se encuentra muy generalizado, siendo uno de los países del mundo con un mayor consumo. Este hecho no debe hacernos olvidar que estas sustancias tienen efectos secundarios en ocasiones importantes y que solo el médico especialista debe prescribirlas.

En la actualidad, se anuncian en televisión, internet y otros soportes numerosos productos que «prometen aliviar los síntomas de la depresión» e incluso «ayudarnos a ser más felices». Todos ellos de una eficacia más que dudosa y fuera de control médico; no se los recomendamos.

Por último, no vamos a olvidarnos de los «remedios de la abuela», en forma de bebedizos como la hierbaluisa, la tila, la manzanilla, la valeriana y otras hierbas. Ninguna de estas infusiones va a causarle problemas (a menos que las ingiera exageradamente) y es posible que el «efecto placebo» consiga relajarle aunque sea mínimamente. De todos modos y por mucho cariño con que se las preparen no van a conseguir el menor efecto si se encuentra ante una depresión de cierta entidad.  

Por una mayor eficacia en el tratamiento de la depresión

Huyendo de los temidos reduccionismos, podemos afirmar que la psicoterapia congnitivo conductual, combinada con la administración de psicofármacos modernos y eficaces (cuando sean necesarios) consigue excelentes resultados contra la depresión.

El solo empleo de fármacos en esta lucha convierte al enfermo en un sujeto pasivo, ajeno a su propia realidad y solo a expensas de unas sustancias que pueden atenuar los síntomas, por supuesto, pero que, al no profundizar en el problema, no suelen conseguir la remisión completa de la depresión. La implicación en la terapia del paciente resulta, a todas luces, crucial en el diagnóstico y tratamiento de esta afección tan extendida.  

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