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En lo que se refiere al apoyo de una persona con depresión, la familia representa un papel fundamental, tanto o más que en otros aspectos de la vida.

La unidad familiar es, pues, un sustento fundamental para quienes se ven abocados a la depresión en cualquiera de sus formas, el pilar básico donde se apoyan las personas cuando «algo va mal» y el principal apoyo social en momentos de dificultad.

Sin embargo, estos preceptos que son muy bien entendidos ante cualquier enfermedad física, no lo son siempre ante la enfermedad mental y mucho menos cuando se trata de hacer frente, conjuntamente, a una depresión de cierto grado. Es como si la enfermedad física la tuviéramos asumida ancestralmente y nos encontremos, aún, ante ciertos recelos cuando se trata de afrontar una enfermedad que no concierne solo a lo físico.

A menudo, en consulta, los pacientes con depresión expresan ciertas quejas acerca de la «»percepción de la familia de su estado. Expresiones como «tú lo que tienes que hacer es salir y divertirte», «eso se te quita después de cuatro juergas» o «las depresiones son propias de personas débiles, no seas uno de ellos» no solo no contribuyen a la mejoría del paciente sino que pueden llegar a dañar su ya resentida autoestima. Entonces:

¿Cuál debe ser la actitud de la familia ante la depresión?

En primer lugar, el rol familiar debe ser de escucha. Entender lo que está sucediendo a esta persona resulta esencial para comenzar a hacer frente a su depresión. Nada de consejos, de monsergas ni de ejemplos de otras personas que ya han superado un proceso así. Olvidémonos de remedios caseros y los consejos del doctor internet. Tampoco sobreprotejamos a la persona que sufre depresión, ni nos excedamos en nuestras atenciones. Nuestra actitud inicial será de escucha: sus sentimientos, sus emociones, sus inquietudes…

Posteriormente podemos pasar a un plano más activo, todo ello a instancias del especialista al que sí debemos recomendar acudir nada más tengan lugar los primeros síntomas. Atendiendo al grado de parentesco y especialmente si se trata de su pareja, sus hijos o sus padres, el psicoterapeuta puede asignar un rol determinado como, por ejemplo, acudir a consulta con él, encomendarle acompañamiento en la realización de ciertas propuestas, etc.

Observemos si estamos ante una «depresión instrumental», aquella de la que se valen algunos depresivos para captar la atención de los seres más cercanos (e incluso de los no tan cercanos): Este tipo de depresión es relativamente frecuente en ancianos o personas que ven cómo sus hijos se hacen mayores y se marchan del hogar; «Síndrome del nido vacío». Si fuera el caso, deberemos limitar nuestras atenciones hasta el punto en que el especialista determine. De otro modo corremos el riesgo de cronificar una depresión que no lo es estricto senso.

La familia nuclear ante la terapia contra la depresión 

La familia nuclear va a ser determinante en el cumplimiento de los preceptos terapéuticos que el especialista recomiende al paciente. Así, si el terapeuta recomienda la realización de determinadas tareas a diario, el padre, la madre, etc. deberán ejercer como supervisores de estas indicaciones que, en el caso de que tengan lugar, serán de mucha utilidad terapéutica.

En cuanto a la asistencia a consulta y generalmente durante las primeras sesiones, el apoyo familiar deberá acudir no sin antes haber recopilado la información necesaria como para que el diagnóstico tenga lugar en base a fundamentos veraces. No son pocas las ocasiones en las que el paciente con depresión exagera o minimiza sus comportamiento fuera de consulta. Por ejemplo, es muy habitual que se atribuya menos horas de sueño de las reales o que no sea estricto a la hora de determinar la ingesta de alcohol diaria.

Es muy probable que el psicoterapeuta indique al familiar acompañante que abandone la consulta después de algunas preguntas iniciales. También es posible que le haga volver a entrar en solitario, después de haber mantenido una sesión con el paciente también en solitario. El papel informativo resulta, como vemos, fundamental a la hora de afrontar tanto el diagnóstico como la terapia.

El psicoterapeuta dará indicaciones al familiar cercano acerca de cómo actuar ante el paciente en su desempeño cotidiano. Cuándo hacerle caso y cuándo limitar sus atenciones deberá quedar establecido de manera que dicho familiar contribuya a la terapia que va a extenderse más allá de la consulta periódica.

No se trata, ni mucho menos, de convertir al familiar en un paraprofesional de la psicología pero sí de que contribuya a la terapia, haciendo cumplir los preceptos terapéuticos tras la visita al psicólogo. También, como decimos, va a resultar una fuente de información muy veraz y a reportar un magnífico feed-back al psicoterapeuta acerca de la evolución del paciente. Todo ello preservando, en todo momento, la privacidad que requiere la relación terapeuta-paciente y que es sagrada para cualquier profesional.

La depresión en la vida cotidiana

Resulta contraproducente que la familia altera su manera de vivir después de que uno de sus miembros sufra una depresión. Lo es, además, por diversos motivos: en primer lugar, cualquier cambio en la actividad de la familia va a afectar al paciente depresivo, que podría sentirse culpable de trastocar el normal funcionamiento de esta institución tan fundamental y en segundo lugar porque alterar el ritmo familiar puede provocar una merma en los ingresos familiares tan necesarios para la supervivencia. Imaginemos que un comerciante deje, al menos durante algunas horas, de atender su negocio para estar junto al familiar que padece depresión.

Procuraremos, en lo posible, no alterar las vacaciones, los viajes de negocios, las cenas familiares u otras actividades que hayamos tenido como habituales a lo largo del calendario. Tampoco debemos alterar el día a día de la convivencia familiar, siendo respetuosos con los horarios y obligaciones que hasta el momento hemos mantenido.

Un ambiente familiar estable es el mejor apoyo que podemos brindarle a la persona que padece depresión. Por este motivo resulta fundamental que la unidad familiar no se resquebraje y que la vida su curso, asumiendo, claro está, que en el seno familiar se encuentra una persona con dificultades.

Vivir con una persona con depresión 

En muchas ocasiones no es sencillo convivir con una persona que padece depresión. Todo va a depender del tipo de depresión, su intensidad y su duración. Encontrarnos al lado de una persona a la que la desesperanza y la tristeza han inundado puede llegar a exigirnos un esfuerzo importante. Por ello es importante que tome buena nota de las indicaciones que figuran en las líneas siguientes:

Lo primero es «cuidar al cuidador». Lo más importante de todo, más aunque la propia enfermedad que padece su pareja, su hijo, su hermano o su madre es usted. La depresión es un fantasma terrible que puede colarse también dentro de usted y acabar con sus defensas. Piense siempre primero en usted y después en quienes tiene alrededor. De otro modo, su entrega podría acabar con usted y esto no le va a servir de mucho a su hijo, su padre o su pareja. Porque la depresión no se transmite como lo hace un virus o una bacteria, pero se contagia anímicamente. A menudo nos contagiamos de la timia más próxima. Así, cuando nos encontramos en el seno de un grupo social nos aburrimos y si este grupo está compuesto por personas tristes nos entristecemos; no existe el virus de la tristeza pero la tristeza se propaga con mucha rapidez.

Usted debe seguir disfrutando de lo que le gusta y realizar cuántas actividades placenteras estime convenientes; las mismas que hasta ahora había tenido a bien desarrollar. Todo ello sin menoscabo de la atención que deba brindarle a su familiar con depresión y por el bien, precisamente, de esta persona. Ver felices a las personas que lo acompañan no va a conseguir que la depresión remita pero, al menos, sí va puede conseguir que se estabilice y no empeore.

No se dedique por entero a la persona que padece depresión. Si lo hace estará permitiendo que se cronifique. Piense que un depresivo no es un discapacitado, que puede hacer montones de cosas y que no le necesita a usted para todo.

No sienta compasión por él (ella). Trátele siempre con entereza, con ecuanimidad, como siempre lo ha hecho. No muestre su debilidad. Las personas con depresión se sienten mucho mejor cuando están ante personas que en esos momentos se encuentran fuertes. Lo consideran un apoyo eficaz.

No se enfade con esta persona, no pierda la calma cuando no quiera levantarse de la cama o decida no acudir a clase. Muéstrese, en tales casos, equidistante y algo lejano.

¿Cuándo recomendar al familiar que pudiera estar padeciendo depresión que acuda al especialista? 

Nada más aparezcan algunos de estos síntomas:

  • Tristeza (y llanto).
  • Desesperanza.
  • Ansiedad.
  • Angustia.
  • Anhedonia (abandono de actividades placenteras).
  • Caída del apetito sexual.
  • Bajada de los niveles de actividad.

Piense que la asistencia especializada temprana va a limitar los efectos de la depresión, acorta los tiempos de remisión y reduce las probabilidades de recaída.

Y sobre todo… mucha paciencia.

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