
El duelo es un subtipo de depresión muy particular que tiene tres variantes fundamentales:
- Duelo por fallecimiento
- Duelo por desapego de la otra persona
- Y duelo por ruptura sentimental de una relación consolidada
Podemos definir el duelo como «aquel proceso emocional de adaptación que sucede a la pérdida de un ser querido». Aunque dicha pérdida se refiere principalmente a la muerte, algunos autores admiten que el concepto puede extenderse hasta la «ruptura sentimental». Esta última deberá haber sido una relación afianzada y constante para que pueda considerarse un duelo como tal. También puede el concepto de duelo hacerse extensivo al desapego, por ejemplo, de un hijo que marcha de casa y no quiere saber nada de sus progenitores.
El duelo puede ser extensible a animales de compañía cuya relación afectiva con el doliente haya sido fuerte y continuada, si bien no debería llegar al grado de afectación que produce el duelo en personas que ha perdido a un ser querido. Excepcionalmente, también se puede extender a cosas que vayan ligadas a recuerdos o vivencias. Por ejemplo, una persona puede sentir mucha tristeza tras la venta de un viejo coche familiar cargado de recuerdos infantiles.
Por decirlo de una forma palmaria «el duelo es un proceso natural de cambio que cursa con tristeza, ansiedad y desesperanza. Un proceso depresivo, de duración indeterminada, que cada persona vivencia de una manera muy personal».
El proceso natural de afrontamiento del duelo pasa por las siguientes etapas:
- Aceptación de la realidad de la pérdida.
- Aceptar sentimientos de dolor tras la pérdida.
- Adaptarte a realidad diferente, de la que no participará la persona fallecida: hacer planes.
- Abrirse a nuevas relaciones, tanto amistosas como sentimentales.
Factores que determinan la intensidad y forma del duelo
Según sea la naturaleza de la pérdida, el duelo puede manifestarse de diferentes maneras. El desarrollo de este dependerá, entonces, de:
- La relación entre el doliente y la persona fallecida.
- Si se trata de una muerte sorpresiva o ha mediado una agonía más o menos prolongada.
- Grado de la relación. Las relaciones en las que el doliente dependía del fallecido, sea económicamente, emocionalmente o en cuanto a atenciones, tienen peor pronóstico.
- Edad de la persona fallecida. Como ya hemos mencionado, el duelo será más doloroso cuanto más joven sea el fallecido y se asumirá mejor cuanto mayor edad haya alcanzado.
- Los apoyos sociales con que cuente el superviviente.
- Su ideario religioso o espiritual. Las personas religiosas suelen pasar el duelo de manera más suave. El hecho de que para ellos la muerte tenga un sentido transcendente les ayuda a aceptarla de una forma más natural.
- Antecedentes de otros duelos. El primer duelo es asumido de peor manera al carecer la persona de los esquemas cognitivos necesarios para una pronta adaptación. El caso más significativo es el del eterno duelo de las personas mayores enlutadas que enlazan una muerte con otra, perpetuando un «estado distímico» que apenas llega a afectarles en su vida cotidiana.
- La trayectoria personal del doliente. Personas que se encuentren en contacto con la muerte a nivel profesional, como puede ser el personal médico o paramédico, suelen tener una mayor capacidad de aceptación de la muerte como algo inevitable y natural que sucede todos los días y a todos nosotros. Otra cosa diferente es la profilaxis mental que deben observar los profesionales de la salud en su día a día para evitar la depresión que puede sobrevenirles ante la percepción de continuas calamidades.
Depresión y duelo son dos términos relacionados, aunque no tiene por qué ser así. Sentimos dolor y tristeza cuando perdemos a un ser querido, pero podemos asumir la pérdida en un periodo de tiempo razonable y sin necesidad de asistencia especializada. No se consideraría una depresión senso stricto, por tanto.
El duelo es fácilmente reconocible por sus fases:
Fases del duelo
- Primera fase: Negación. El doliente niega la posibilidad de la pérdida. Lo hace ante sí mismo y ante los demás. Esta no aceptación de lo inevitable suele ser de tiempo muy limitado, ante las evidencias, salvo que tenga lugar en una persona con problemas mentales. No tocar la habitación del fallecido (o ausente), guardar su ropa como si siguiera allí, oler su perfume, son diferentes maneras de manifestar esta negación.
- Segunda fase: Ira. La búsqueda de culpables por la ausencia de la persona amada, sea cualquiera su forma, es una característica de esta fase en la que el enfado, el resentimiento y otras emociones van a estar presentes. Esta fase puede solaparse o fundirse con la de negación y aparece en los primeros momentos de la pérdida. La ira es la emoción resultante de la frustración que sobreviene cuando perdemos algo que ya teníamos o no podemos alcanzar lo que deseamos. Esta ira suele cursar acompañada, como decimos, de numerosas emociones colaterales que pueden llegar a ser ciertamente aparatosas.
- Tercera fase: Negociación. Aunque la fase se denomina de modo, hoy comúnmente aceptado, más que una negociación se trata de un análisis inútil a posteriori acerca de lo que ha circundado el fallecimiento o la pérdida de la persona amada. Expresiones como «si hubiera hecho esto o aquello no habría…», «si lo llego a saber le hubiera…». Los sentimientos de culpa también afloran en este punto y van unido a la pregunta: «¿podría haber hecho algo más para evitar su fallecimiento? Otros médicos, otras terapias, otros cuidados. También: ¿Podría haber evitado tanto sufrimiento de algún modo? O «¿por qué Dios no me ha llevado a mí?».
- Cuarta fase: Dolor Emocional (o depresión). Es notable la entereza que muchas personas muestran en los sepelios. Durante los mismos, la explosión de tristeza aún no ha tenido lugar y la presencia habitual de seres cercanos sumada a la ceremonia, generalmente religiosa, suelen «anestesiar al doliente». Es cuando la persona queda sola ante sí misma y sus recuerdos cuando percibe claramente la ausencia del ser querido. Es ahora cuando se manifiesta la tristeza con todo su aparato de dolor, ansiedad y angustia que conducen a una depresión de mayor o menor intensidad. «Solo quiero que me dejen llorar en paz», «ya nada me interesa» o «sin él/ella no soy nadie», sirven para ilustrar todo el dolor de una persona ante la pérdida de un ser amado.
- Quinta fase: Aceptación. Aceptar no significa olvidar. Se trata, en esta última fase de una aceptación de la pérdida y la asunción de un cambio en la vida al que debe enfrentarse la persona en esta soledad recién estrenada. La edad de la persona resulta determinante a la hora de asumir con entereza los cambios que tendrán lugar a partir de ese momento. Como siempre, los apoyos sociales de que disponga la persona doliente serán fundamentales a la hora de alcanzar esta fase en el sentido de aceptación plena y no de resignación.
No debemos entender las fases del duelo como algo estricto, inamovible. Las fases se solapan de manera que pueden llegar a alternarse. Un día podemos regresar a la fase inicial y otro parecer que hemos asumido a la perfección la pérdida. Estas oscilaciones, a pesar de que puedan resultar pasos atrás en el proceso de duelo, suelen ser habituales y no tienen por qué suponer una alerta, bien es verdad que hemos de permanecer observantes ante el riesgo para la vida de la persona que supone cualquier estado de depresión.
Sin embargo, como mencionamos en la fase de «dolor emocional», el duelo puede rebasar los límites de la tristeza natural y consecuente para dar lugar a un proceso depresivo de cierta intensidad que altere la normal vivencia de la persona que lo padece. En tal caso, es recomendable consultar a un especialista que realizará una evaluación de la situación por si fuera necesaria terapia.
Tipos de duelo
Insistimos en que el duelo no es ninguna enfermedad, sino un proceso natural de adaptación a los cambios que supone la pérdida de un ser querido del que dependíamos, de alguna manera, para el normal desarrollo de nuestra vida. Todo ello, sumado al dolor y la depresión consecuentes, puede llegar al doliente a un cuadro más o menos complejo que, en ocasiones, va a requerir de asistencia psicológica para que el proceso tenga lugar de una manera más normalizada y sin mayores complicaciones ni sufrimiento adicional.
Aunque no es algo aceptado de forma común por los diferentes profesionales de la salud mental, podemos clasificar los diferentes tipos de duelo de cara a un diagnóstico que facilite la intervención terapéutica si es que esta llega a tener lugar.
- ® Duelo bloqueado: El bloqueo emocional que pude seguir a una pérdida es muy acusado, llegando a inhibir determinadas cogniciones que son necesarias para el desarrollo normal de la persona. Los bloqueos emocionales son muy propios de los niños ante una pérdida. En muchos casos se acusa una pérdida de realidad con fantasías que no llegan al grado de delirio.
- ® Duelo complejo (o complicado): Hablamos de duelo complejo cuando la natural tristeza como consecuencia de una pérdida se añaden otras circunstancias que prolongan su duración y aumentan el sufrimiento. La dependencia (en cualquiera de los ámbitos) del superviviente suele ser una de las complicaciones más habituales. También la propia historia del doliente (posible patología depresiva previa) puede determinar una serie de complicaciones que convendría fueran evaluadas por un especialista.
Sabemos que nos encontramos ante un duelo complicado cuando observamos los siguientes síntomas:
- Tristeza profunda que cursa con dolor y pensamientos constantes, sobre la pérdida del ser querido, que se prolonga a lo largo de los meses sin que se aprecie remisión.
- Dificultades para la normal concentración
- Obsesión por los recuerdos del ser perdido.
- Evocación constante del difunto.
- La rabia y/o la culpa ante la muerte se prolonga más allá de varios meses.
- Conversación casi exclusivamente centrada en el fallecido.
- Resentimiento o culpa persistente por la pérdida
- Repetición de expresiones acerca del escaso o nulo sentido de la vida.
- Deseo continuado de reencuentro con la persona fallecida
- Descuido por otros familiares vivos o por seres queridos cercanos.
- ® Duelo patológico: Se aprecia cuando el doliente se ve incapacitado para el normal desenvolvimiento de sus actividades laborales y relacionales. Además, se observa una prolongación excesiva de lo que consideraríamos tiempo de duración normal de duelo.
– El duelo inhibido (o encubierto): Si bien el doliente no es capaz de expresar sus sentimientos, el dolor, la tristeza y el desánimo están presentes en diferentes formas. La «anhedonia» (incapacidad para disfrutar de los placeres que nos ofrece nuestro entorno) es una de las manifestaciones más frecuentes de esta inhibición, algo que no se evidencia ante los demás como puede ser el llanto.
– El duelo amoroso: Requiere mención especial este tipo de duelo por el hondo sufrimiento que puede causar en algunas personas, sobre todo en aquellas que sufren de «dependencia emocional».
La duración del duelo
No es fácil determinar las coordenadas temporales del duelo. Decíamos anteriormente «duración indeterminada» porque el duelo puede ser de tan solo varias semanas o afectar a la persona durante varios años. Todo va a depender de una serie de factures como la edad del fallecido; es evidente que asumimos mejor, como algo natural, la muerte de un progenitor. Por el contrario, el fallecimiento de un hijo suele sumir al doliente en un duelo profundo y prolongado, especialmente cuando se trata de un niño o una persona joven.
Para no pecar de exceso de rigor en algo tan personal, vamos a establecer una horquilla amplia que va de los 2 a los 5 años en los que el duelo podría tener lugar. No obstante, hemos de decir que se puede considerar dentro de lo normal siempre y cuando los parámetros emocionales vayan mejorando, reduciéndose significativamente el tiempo que el doliente dedica a pensar en la persona fallecida a medida que pasan los meses.
También es importante destacar cómo el tiempo de duración del duelo será directamente proporcional al valor de la pérdida para esa persona, así como su proximidad y relación afectiva y familiar.
Cuando debe pedir ayuda especializada
Todas las personas de este mundo van a pasar alguna vez por un episodio de duelo, cuando no más. Es algo natural, inherente a la propia vida. La mayoría de las personas salvan este bache de manera satisfactoria, pasado un tiempo razonable, adaptándose a la nueva situación. Sin embargo, son muchos los que no acaban de sobreponerse a una pérdida importante y fracasan en su adaptación.
Cuando apreciemos que pasan varias semanas o meses y somos incapaces de volver a nuestra vida anterior o de irnos adaptando a los cambios que se suceden a la muerte o ausencia de la persona querida, debemos solicitar ayuda especializada.
Si el sufrimiento sea muy grande (insoportable), debe consultar con un especialista.
Si al pasar de los meses no acabo de superar la muerte del ser querido, también debe consultar a un especialista.
Cuando el duelo se complique con otras cuestiones (enfermedad, dependencia emocional, depresión vigente, adicciones, etc.) es importante que consulte a un especialista.
Opresión en el pecho, palpitaciones, angustia extrema, son somatizaciones que no deben perdurar más allá de las primeras semanas. De seguir manifestándose es importante consultar al especialista.
Si nos consideramos persona de riesgo, por nuestra trayectoria personal, debemos consultar al especialista.
Consejos para superarlo más saludablemente y natural:
- Saber que se necesita tiempo para asumir la pérdida y entender lo que sentimos.
- Dedicar algunos momentos para conversar acerca del ser querido con personas allegadas.
- Aceptar el valor curativo de las lágrimas (no del llanto incontenible).
- No realizar cambios importantes durante los primeros meses.
- Guardar sus enseres con respeto y cariño, dejando alguna muestra como recuerdo pueden suponer una ceremonia de duelo que ponga un punto y seguido importante en nuestra vida.
- Si no tuvimos oportunidad de despedirnos, es importante que celebremos una actividad en la que nos sinceremos con el fallecido. Esta ceremonia puede ser personal, aunque es muy bueno que nos acompañen personas que también conocían a la persona que falta. Quemar unas palabras, esparcir hojas de otoño, depositar tierra en el borde de un río, esparcir sus cenizas. Estas ceremonias representan un homenaje sincero y nos ayudan a resituarnos en nuestra nueva vida, quedando en paz con los difuntos.
- Cuidar la alimentación y no cambiar los hábitos saludables en este sentido.
- La actividad física (a nuestra medida) nos ayudará a relajarnos y a conciliar el sueño.
- Los aspectos rituales como llevar flores al lugar donde falleció o se encuentran sus restos nos ayudará a familiarizarnos con un estado diferente.
