La relación entre depresión y el cáncer es estrecha en la medida en que esta enfermedad genera importantes niveles de ansiedad.
Según el N.C.I. (Centro Nacional contra el Cáncer de Estados Unidos), entre el 15 y el 25% de las personas que padecen algún cáncer también padecen depresión, sea cual fuere su intensidad y tipo.
Los pacientes que padecen depresión oncológica reducen de forma significativa sus probabilidades de curación. Numerosos estudios avalan este aserto, algunos mencionan cifras que pueden llegar hasta las dos posibilidades y media más de morir de cáncer en pacientes que padecen una depresión paralela.
La psicooncología se encarga de atender los requerimientos psicológicos de aquellas personas que padecen cáncer, de la misma manera que psicólogos y psiquiatras responden a las necesidades psicológicas de otros pacientes que así lo requieren. La psicooncología es, en la actualidad, el brazo mental y espiritual de los departamentos de oncología de muchos hospitales y cumple una función fundamental a la hora de deslindar la depresión de la enfermedad oncológica.
Porque un paciente oncológico debe luchar contra su enfermedad, naturalmente asistido por sus médicos, sin tener que soportar el sufrimiento extra que le va a aportar una depresión no tratada. Aunque, como hemos visto anteriormente, la incidencia de la depresión en los pacientes con cáncer es significativa, la depresión no tiene por qué cursar junto a la enfermedad oncológica necesariamente, hasta el punto en que muchos de estos enfermos viven su patología oncológica con gran entereza, dispuestos a presentar una batalla larga, y esperamos que exitosa, contra la enfermedad.
Todas las personas no son iguales y todas las circunstancias vitales son distintas, de manera que cada uno de los pacientes de cáncer va a vivenciar su enfermedad de manera bien distinta. No podemos, por tanto, someter al mismo rasero a personalidades diferentes con historias que no tienen nada que ver. No se trata de ser fuerte o no, se trata de afrontar, cada uno en la medida de sus posibilidades cognitivas, la enfermedad con la suficiente entereza.
Es cierto que el psicoterapeuta no va a librar del cáncer al paciente, pero si puede paliar e incluso erradicar los estados de ánimo más depresivos a lo largo del tratamiento que requiere su enfermedad, que puede ser largo y que actualmente tiene francas probabilidades de éxito.
¿Qué siente a nivel cognitivo el paciente con cáncer?
Como decimos, cada uno es cada uno en los diferentes avatares de la vida que nos toca afrontar. Sin embargo, a menudo observamos algunos patrones cognitivos que confluyen en el enfermo oncológico. Pensamientos como «yo soy el responsable de esta situación», «debería ser tan valiente como otros en este trance» o «si la terapia oncológica no funciona voy a dejar a mi familia en una situación penosa» son solo algunas de estas cogniciones que, desde luego, evidencian el sufrimiento mental de estas personas. Si a ello sumamos la ansiedad ante la posible venida de un desenlace nefasto estamos ante la combinación perfecta de sufrimiento orgánico y psicológico.
Los sentimientos de culpa, aunque infundados, suelen ser recurrentes en las personas que padecen cáncer: no haberse cuidado lo suficiente, no haber seguido las indicaciones del médico de abandonar hábitos poco saludables, no haber hecho deporte o dejado de fumar o beber son las culpas más frecuentes que los pacientes se recriminan después, tan solo, de conocer su diagnóstico. Decimos que resultan infundados —al menos en parte— porque muchas otras personas con peores hábitos no han contraído cáncer. Infundados o no, este no es el momento de dispararse cogniciones a bocajarro contra uno mismo, sino de luchar con todas las fuerzas disponibles contra una enfermedad grave que tiene curación. En esto, precisamente, debe centrarse la labor del psicooncólogo.
Otros pensamientos negativos y depresores tienen que ver con el papel que ahora va a desempeñar el miembro de la familia que padece cáncer: «me he convertido en una carga para mi familia» y un miedo casi paralizante a la muerte que podría impedir el desempeño de actividades que se encuentran a su alcance. El miedo se extiende a salir malparado de la enfermedad: cambios en el aspecto físico, debilidad constante, determinadas limitaciones, no poder realizar actividades que antes le resultaban vitales como deporte, etc.
Por último, las «ideaciones suicidas» están presentes en no pocos casos de depresión oncológica, especialmente en la fase en la que la depresión avanza hasta la denominada «depresión mayor». Mediante estas ideaciones, que pueden ser más o menos recurrentes, el paciente oncológico entiende que puede poner fin a su sufrimiento pero, sobre todo, al de las personas que se encuentran en su entorno familiar. Esto último es muy importante tenerlo en cuenta porque va a permitir a la familia nuclear intervenir, dejando claro que el paciente «no supone ninguna carga» y que todos «van a afrontar la enfermedad con arrojo y alegría».
Que un enfermo se considere una carga no es baladí. Hasta la aparición de las unidades de cuidados paliativos en todo el mundo, eran muchos los ancianos que morían solos, sufriendo y sin apenas atenciones. Su enfermedad entorpecía la frenética vida del hombre y la mujer de ciudad, de manera que estos cuidados eran postergados en las sociedades más avanzadas. No así en las poblaciones menores, donde los apoyos sociales de la familia extensa, los amigos y los vecinos impedían esta lacra, acompañando al paciente oncológico anciano en todo momento.
Personalidad y afrontamiento del cáncer
Las personas que padecen cáncer y no presentan síntomas evidentes de depresión no son las más fuertes sino aquellas que afrontan la enfermedad con mayor resiliencia y la asumen como algo que puede suceder porque forma parte de la vida.
El tipo de cáncer va a determinar también, en mayor o menor medida, la actitud ante el mismo de quien lo padece. Cánceres como el de colon, pulmón, páncreas o estómago resultan, según algunos estudios, los que más depresión e ideaciones suicidas implican.
De todos modos e independientemente del tipo de cáncer, las personas que afrontan con más gallardía el cáncer no son héroes sino de hombres, mujeres y niños que están dispuestos a luchar cuando ha llegado el momento de hacerlo. No son tan temerarios como para no tener miedo pero su actitud no deja que se convierta en ansiedad.
Las personas que padecen las consecuencias del cáncer pero no las de la depresión no tienen una personalidad distinta ni han sido instruidas en la precariedad vital. Su historia no difiere de la de cualquier otra persona y su vida ha seguido los mismos designios que las demás vidas. No se trata tampoco de santos, bien es verdad que la religión les puede ayudar mucho a resistir en la nueva situación que afrontan. Personas normales y corrientes que padecen cáncer sin llegar a padecer depresión paralelamente.
Todos somos, por tanto, iguales ante el cáncer aunque es cierto que algunas personas lo afrontan con mejor talante. Aquellas que no se encuentren con este talante tan afortunado lo más sensato es que soliciten una ayuda psicológica que les ayude a caminar con paso firme por esta senda tortuosa hasta vencer al cáncer.
¿Cómo saber si el paciente oncológico tiene depresión?
La superposición de síntomas derivados de la enfermedad oncológica con aquellos que son propios de la depresión hacen que el diagnóstico de la depresión en personas que padecen cáncer resulte complejo y no exento de dificultad. Es decir, el solo hecho de padecer cáncer va a dar lugar a una serie de síntomas psicológicos que no podemos considerar depresión stricto sensu y que resultan intrínsecos a la propia enfermedad oncológica. Son los que Raison y Miller denominan «comportamiento de enfermedad» (Raison Ch, A.H. Miller. Depression in Cancer: New Developments Regarding Diagnosis and Treatment. BIOL, 54. 2003). Algunas de estas manifestaciones se solapan con síntomas propios de la depresión. Lo vemos:
Comportamiento de enfermedad | Síntomas de depresión |
Anhedonia | Anhedonia |
Aislamiento social | Aislamiento social |
Fatiga | Fatiga |
Anorexia | Anorexia |
Pérdida de peso | Pérdida de peso |
Alteraciones del sueño | Alteraciones del sueño |
Alteraciones cognitivas | Alteraciones cognitivas |
Disminución de la libido | Disminución de la libido |
Enlentecimiento psicomotor | Enlentecimiento psicomotor |
Hiperalgesia | Ánimo depresivo |
Culpa | |
Sensación de inutilidad | |
Sentimiento de culpa | |
Ideación suicida |
De Raison Ch, A.H. Miller, 2003
Como vemos, no son pocas las manifestaciones sintomatológicas que se solapan en el paciente de cáncer que no tiene depresión con aquel que sí la padece. Dadas las evidentes dificultades diagnósticas solo personal muy especializado es capaz de acometer esta tarea y determinar el grado de intervención psicológica que requiere el paciente en momento actual de la enfermedad.
Fases de la depresión oncológica
La depresión oncológica no se presenta repentinamente. Como en cualquier tipo de depresión va ganando en intensidad hasta convertirse en la temida «depresión mayor» o «depresión clínica». La misión de la psicooncología es que frene su ascenso e incluso que llegue a remitir y con ello aumente la calidad de vida del paciente y las probabilidades de curación del cáncer.
En primer lugar el paciente va a manifestar tristeza de baja intensidad. Dicha intensidad irá creciendo a medida que avanza la enfermedad si no se implementan las medidas psicoterapéuticas necesarias. Esta «tristeza inicial», dada su baja intensidad, no puede considerarse patológica y sigue un patrón clásico que puede acompañarse de llanto más o menos contenido. También en esta primera etapa comienza el aislamiento social aunque de forma leve aún.
La segunda fase la van a conformar los «trastornos adaptativos», que consisten en una incapacidad para adaptarse a la propia terapia oncológica. Son muchos los pacientes que rechazan las recomendaciones del médico o las aceptan de mal grado. A lo largo de esta segunda fase la depresión tiende a agudizarse; los síntomas aumentan su número y su intensidad.
Más adelante podemos observar «sintomatología subclínica» que avanza a medida que la enfermedad oncológica se prolonga. En este momento aún es posible un abordaje terapéutico de choque, capaz de reducir la sintomatología y permitir una mayor adaptación al propio tratamiento oncológico.
Finalmente, la «depresión mayor» se hará fuerte en el paciente oncológico, evidenciando toda su potente carga sintomatológica psicosomática.
El abordaje de la depresión oncológica deberá tener lugar lo antes posible si no queremos tener que enfrentarnos a una depresión mayor que puede mostrarse muy resistente a la terapia.
¿Qué podemos hacer ante una depresión oncológica?
En la actualidad son diversas y efectivas las estrategias contra la depresión del paciente que padece cáncer. Las vemos:
- Explicación de la enfermedad. El paciente debe conocer los pormenores de la enfermedad que padece y de la depresión consecuente, de modo que sus niveles de incertidumbre se reduzcan y con ellos la ansiedad se estabilice. La información deberá ser precisa y veraz, evitando la sobre información que internet y otras fuentes pueden ofrecernos en la actualidad.
- Técnicas de relajación. Indicadas para contribuir a un mejor estado de ánimo del paciente, aumentar sus niveles de atención y con ellos su capacidad para hacer frente a la enfermedad oncológica y seguir los requerimientos del equipo de oncología a su cargo.
- Ocupación activa. El paciente no puede vivir solo para la terapia oncológica. Es posible que se encuentre de baja pero también es muy posible que pueda desarrollar «actividades menores» en el entorno familiar. Salir a comprar, cuidar de los hijos, hacer la comida o la colada. También actividades placenteras a su medida: deporte suave, juegos de mesa, artesanía, etc. Una mente ociosa está en la base de cualquier empeoramiento y es el caldo de cultivo de cualquier tipo de depresión.
- Terapia cognitivo conductual. Centrada en la identificación de cogniciones negativas que se encuentre interfiriendo en los mecanismos de defensa contra la tristeza: falsas percepciones, atribuciones erróneas y la clásica triada cognitiva deben ser el centro de atención de estas terapias que resultan tan eficaces en todos los tipos de depresión.
- Terapia interpersonal. Que permita una reactivación del entorno social del paciente, reduzca el aislamiento, aumente la percepción del apoyo social y mejore sus expectativas.
- Fármacos antidepresivos y ansiolíticos. Destinados a generar una mayor paz interior y reducir los niveles de ansiedad propios del paciente oncológico.
- Apoyo social. Que resulta especialmente útil a nivel tanto orgánico como psicológico. Especialmente el referido al apoyo familiar resulta de especial interés para el paciente con depresión oncológica. El consejo de una persona cercana es muy reparador y genera las tan necesarias expectativas positivas para el paciente. También la escucha ante sus preocupaciones y la atenuación de su inquietud. Las personas próximas son la instancia más cercana y permanente a lo largo de un proceso que va a resultar largo y, seguramente, proceloso.
Cuidar al cuidador
Los cuidadores del paciente oncológico son los grandes olvidados de todo este avatar de idas y venidas al hospital, de atenciones continuadas de escuchar quejas, preocupaciones, de observar cómo la persona a la que ama se va deteriorando, cómo sufre con los secundarismos de la medicación.
Si es usted un/una cuidador/a de alguien cercano a quien ama; cuídese, quiérase, viva, procure disfrutar de pequeños momentos, no cambie su vida del todo, no se abandone, salga con sus amistades, siga practicando deporte, vaya al cine, desahóguese ante su mejor amigo. Procure salir del contexto en el que se encuentra de forma periódica.
Si la depresión resulta un pesado lastre para un cuidador, la depresión oncológica lo es doblemente. Procure cuidarse y cuidará mejor de su ser querido. De este modo aumentará la calidad de vida de ambos y la esperanza de vida del paciente.