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Abortar es un verbo difícil por muchos motivos: en primer lugar porque sea cual fuere la causa que lleva a una mujer

a tomar la decisión de abortar e independientemente de cuestiones políticas o ideológicas, las consecuencias siempre van a ser dolorosas, cuando no dramáticas. Se encuentre regulado, sea libre o condicionado a determinados supuestos, el aborto no es una intervención que produzca satisfacción alguna y sus derivadas serán, con toda seguridad, imprevisibles.

Hemos de tratar de ponernos en el lugar de una mujer que acaba de abortar para asumir con mayor veracidad cuáles pueden ser sus emociones en este momento de tanta dificultad, sus sentimientos y sus pensamientos cuando esta vida ya no se encuentra en su vientre. Incluso cuando el aborto sea una solución y permita evitar un deterioro en sus perspectivas socioeconómicas, esta intervención puede condicionar su vida futura y puede hacerlo de manera tan negativa que la conduzca a la depresión.

Por todo lo expuesto anteriormente, recomendamos a toda mujer que se encuentre planteando abortar que se informe tanto como le sea posible, que acuda a profesionales capaces de responder a todas las preguntas que le inquieten en este momento decisivo de su vida. Solo después de estar bien informada, podrá la mujer tomar una decisión asumiendo las posibles consecuencias. Sirvan estas líneas de carácter divulgativo, que nunca pueden sustituir la opinión experta de un profesional en la materia, para ilustrar, en lo posible, las consecuencias psicológicas del aborto. Lo vemos:  

Analizar y relacionar estos dos conceptos no resulta sencillo. En primer lugar, conviene diferenciar ente el aborto involuntario o justificado medicamente y el voluntario o por motivos diferentes de la salud.

En el primer caso, el aborto tiene lugar de manera espontánea, ajena a la propia mujer o bien por sugerencia médica tras detectarse un peligro manifiesto para la madre o una patología importante del bebé que podría condicionar grandemente su vida.

Salvados los momentos posteriores a la intervención para interrumpir el embarazo del caso mencionado anteriormente, en los que la tristeza y la desesperanza van a concurrir a modo de «duelo», no se aprecia una relación directa entre el hecho de abortar y una depresión reactiva de duración prolongada. Todo ello a menos que concurran otros factores, como antecedentes de depresión en la mujer o la posibilidad de no volver a quedar embarazada de nuevo tras la intervención practicada. En este caso no necesariamente va a ser necesaria la intervención terapéutica, sobre todo, como decimos, si no concurren factores mantenedores que compliquen el caso.  

En el caso del aborto voluntario nos estamos refiriendo a la decisión de la mujer de interrumpir su embarazo por motivos ajenos a las causas médicas. Una decisión que suele ser por motivos socioeconómicos y que puede tener relación con una depresión posterior que puede llegar a tener un carácter grave.

Las cifras que arrojan numerosos estudios de universidades europeas y americanas son diversas y no siempre coinciden, si bien muestran una relación entre depresión y esta clase de aborto que puede superar el 15% de incidencia entre aquellas mujeres que decidieron interrumpir su embarazo sin que mediara causa médica y aludiendo, como referimos, a causas de carácter socioeconómico.

Los mismos estudios refieren el sentimiento de culpa como factor desencadenante de la depresión en estas mujeres. La ausencia de apoyo de la pareja o la ausencia misma de pareja serían factores mantenedores importantes en este tipo de depresión. Por último, es escaso o nulo apoyo de la familia también se encontraría en el sustrato de una depresión que suelen sufrir mujeres muy jóvenes y con pocos recursos.

Además del sentimiento de culpa, las mujer que hayan optado por el aborto de manera voluntaria pueden sufrir, a lo largo de toda su vida pensamientos relativos al feto cuya vida se vio interrumpida: «Cómo sería en este momento», «qué estudiaría», «qué aspecto tendría» son solo algunas de las rumiaciones que, internamente, se plantean buena parte de las mujeres en esta situación.

Como quiera que este es un artículo de carácter divulgativo, vamos a resumir las principales conclusiones a las que han llegado los diferentes estudios de universidades de todo el mundo.

CONCLUSIONES A LA RELACIÓN ABORTO / DEPRESIÓN:

  • En primer lugar, dejar bien claro que no todas las mujeres que deciden abortar acaban sufriendo depresión. Bien es verdad que buena parte de ellas sí sufren, a lo largo de su vida, algún episodio depresivo relacionado con el aborto sufrido.
  • El sentimiento de culpa se erige como el origen principal de la depresión de la mujer que sufre un aborto.
  • La falta de apoyos sociales, fundamentalmente de pareja y familiares, incrementa las probabilidades de sufrir una o más depresiones tras un aborto.
  • Expresiones referidas a «cómo hubiera sido la vida del feto de no haber tenido lugar el aborto» van a acompañar a muchas mujeres a lo largo de toda su vida, después de haber sufrido un aborto. Estas expresiones internas pueden convertirse en factor desencadenante y mantenedor de la depresión que causa el sentimiento de culpa tras el aborto.

Respecto a la atención terapéutica, la mayoría de los estudios consultados recomiendan que tenga lugar en todos los casos de interrupción voluntaria del embarazo y solo en ocasiones puntuales cuando el embarazo haya sido interrumpido por causas médicas.

Nuestra recomendación va más allá de la terapia posterior al aborto y, siempre respetando la voluntad de la mujer que desee abortar, se centra en informarse plenamente acerca de las consecuencias de esta cirugía. Dicha información debe ser muy aséptica, libre de contaminación ideológica, y en ella deben quedar bien claros los riesgos físicos y también psicológicos que la mujer asume tras la intervención de interrupción del embarazo. Por lo demás y de manera que la mujer pueda valorar otras opciones, debe estar informada de alternativas que no pasen solamente por el aborto como única solución.

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